10 septiembre 2024

No se termina hasta que se termina. Huracán hizo valer una de las tantas máximas del deporte más popular, sorpresivo e impredecible del mundo. El equipo de Eduardo Domínguez tenía un jugador menos, poco oxígeno, ninguna idea y se estaba quedando con las manos vacías. Pero torció su destino con una jugada aislada e iluminada, esa que se buscó sin éxito ante Atlético de Rafaela, y se ganó un lugar en un grupo de la Copa Libertadores que es tan atractivo como difícil.

Aunque estuvo partido entre línea y línea, el Globo logró sostener el marcador global durante un tiempo entero gracias al manejo a discreción de la pelota por parte de los mediocampistas. En esta ocasión, resaltar la tenencia no es poca cosa: el campo de juego del Estadio Olímpico de Caracas lució como si hubiera sido un escenario más del Rally Dakar. Pero el local golpeó en la última acción previa al descanso, ya en tiempo agregado. Los Rojos del Ávila capitalizaron un despiste defensivo en la segunda acción de un tiro de esquina para blandir a Marcos Díaz.

Huracán salió a jugar el complemento como si no hubiera descansado un cuarto de hora. Ahogado, impreciso, menos punzante que nunca. La soledad de Ramón Ábila no fue tapada por un acto heroico del goleador y las virtudes de los múltiples enganches quedaron sepultados bajo un sinfín de errores (uno de ellos fue el motivo de expulsión de Mariano González). La segunda conquista de Caracas, que poco hizo para llevarse la llave, dio un veredicto anticipado al vencedor del mano a mano. Pero las bondades de la competencia, que pondera seriamente el gol de visitante, transformó al cabezazo agónico de Diego Mendoza en un gol histórico, en un tanto de más de 30 millones de pesos para el club, en un rugido libertador que aún no se terminó.


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