No fueron muchos partidos si se tienen en cuenta las postergaciones que debió hacer por el accidente en Venezuela, pero sí habían caído varias hojas del calendario desde la última vez que se había visto la mejor versión del Huracán de Domínguez. La solidez defensiva, la frialdad para tomar las mejores decisiones, la efectividad, la solvencia táctica, el engranaje correcto más allá de los nombres. Esas características, que no fueron idílicas sino virtudes reales del subcampeón sudamericano, reaparecieron anoche en el Centenario de Montevideo.
Como si se hubiese estimulado ante la larga y rica historia que duerme en el estadio de la capital uruguaya, el Globo copero se despertó ante un Peñarol que jugó el partido con la desesperación de un duelo eliminatorio y no con la perspicacia necesaria para la fase de grupos. Curiosamente, fue el pentacampeón de América el que pecó de apresurado e ingenuo al lanzarse improvisadamente al ataque y sin tomar precauciones en el fondo. Mientras que el que está participando por tercera vez del certamen fue aquel que imprimió a su juego la ‘chapa’ de la experiencia al ocupar cada zona de acción en superioridad numérica.
Huracán hizo de cuenta que no le faltaban los centrales predilectos, incluido el primer capitán, el máximo creador de juego y el goleador. Sin cambiar de esquema, aplicó un plan estratégico cuyo éxito estribó en el acoplamiento perfecto de cada pieza de par en par, entre líneas y en total. Y los frutos fueron tan buenos que, a la hora de reconocer rendimientos individuales, los más cuestionados y los que más dudas generaban -Risso, Sosa, Miralles- se mostraron como abanderados de un triunfo histórico. Para las crónicas y síntesis, quedará el golazo de Romero Gamarra, que coronó una tarea loable en un escenario célebre y ante un gigante del continente.
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