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El Huracán que salió quinto de once en la B Nacional intercambió el lugar con el campeón de la Copa Argentina y clasificado a la Libertadores. Aunque dio señales y trató de advertirlo, ya que eran idénticos y difícil de discernir el uno del otro, nadie creyó que era el mismo que penó en la segunda división. Ni los hinchas, sus más cercanos, lo tomaron en serio, y lo trataron como príncipe heredero al trono que quedó vacante en 2009. Esta temporada sería la de la coronación, pues un paso digno por las competencias extracurriculares y un torneo sin sobresaltos bastarían para ser presa de una lluvia de exagerados laureles. La gloria era un objetivo de requisitos escasos y potencialmente al alcance.

Sin embargo, la realidad latente del equipo de Parque Patricios prevaleció sobre los intentos de sus allegados de legitimarlo como algo que no es. Debajo de las ropas de realeza que le encajaron a la fuerza, hay prendas maltrechas, agujereadas y sucias. Lo mendigo afloró. Las penas volvieron. Los augurios abstractos, que resonaban cada vez con mayor fuerza en el palacio desértico, se hicieron carne en la vida de un club que se equivocó al posar sus pesados tesoros de metal sobre una mesa de madera desvencijada.

Anoche, Huracán perdió el último vestigio de señorío y desnudó por completo su real aspecto, el de pordiosero. En el mismo torneo que hace menos de un año lo tuvo presente hasta la instancia final, fue vencido y eliminado. De las entrañas del campeonato nacional más crudo y menos apetecible de la historia, salió el verdugo de un conjunto sin líderes ni ideas, y con un medidor de voluntad cuya varilla va en descenso. Los que fallan siempre fallaron; los que no, también.

Con diez días por delante hasta su próxima aparición pública, que será sin público, no faltará el recorrido mediático de algún vocero que instalará la certeza de ponerse en forma, mejorar y volver a relucir algún rasgo de brillo real. Seguramente, sin el menor resguardo por la capacidad visual de un pueblo que se enojará una vez más cuando note que nada habrá cambiado. Es que no hay transformación mágica posible de la noche a la mañana. Huracán es un mendigo que se disfrazó de príncipe por algún tiempo, gozó los beneficios de la buena vida y actuó como si nunca fuese a acabar. Pero ha vuelto a ser ese pobre andrajoso y desaliñado que pide limosna.


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